MONTADO SOBRE EL LOMO DE LA CABRA 完
© Manuel Peñafiel, Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
12/13/202511 min read
Escribo porque el solidario alfabeto conforma el reconfortante eco de mis propios pensamientos.
Comencé a tallar mis primeras memorias cuando flotaba dentro del útero de mi madre, si me acercaba a la carne de su cuerpo, me era posible mirar afuera al través de su delgada piel. La podía observar cuando ella se miraba ante el espejo. Tenía la apariencia de nieve embarazada. Los muebles de su recámara eran de madera. La cabecera de la cama tenía forma de viña. Uvas duras cosechadas en el insomnio. Su ropero tenía colgados pocos vestidos y solamente había tres pares de zapatos. Sobre el tocador una botella casi vacía de loción no costosa y el cepillo que usaba para desenredarse el cabello. Ricardo, mi progenitor salía muy temprano a trabajar. Ella permanecía sentada sobre la cama, pensando en no sé qué. Después de varios minutos se levantaba, se recogía el cabello en dos trenzas y abría las cortinas de las ventanas. Antes de salir, se miraba al espejo por unos instantes. Era cuando yo la veía. Fueron escasos momentos de tranquilidad antes de que las penas cincelaran su prematura lápida.
El día diecinueve del primer mes del año en mil novecientos cuarenta y ocho, nací en lluviosa madrugada. El agua me depositó sobre el áspero lomo de la cabra de enero. Crecí entre cuchillos y capullos de aceite. Más asperezas que cerezas. Más desventura que dicha. La infancia transcurrió en solitaria espera por independizarme. En aislada burbuja mental. Viendo a personajes conducir con dificultad sus vidas. El ascenso profesional de mi padre nos desolló. Nuestro domicilio se hermoseó, sin embargo, mi madre conservó la modestia de una princesa descalza.


El ingreso al kindergarten fue intolerable, no sabía de su existencia, ninguno de mis familiares me había hablado de la escuela. Mis primeros cinco años los viví rodeado de adultos, por lo tanto, no aprendí a convivir con niños de mi edad. Arribar de súbito a un lugar lleno de extraños fue difícil, me desconcertaba la manera en que los demás chiquillos convivían como si se conocieran de tiempo atrás, yo no participaba en sus repetitivos juegos escalando la resbaladilla o llenando y vaciando cubetitas en el arenero; en cambio, deambulaba por el patio imaginando la manera de escalar aquellos muros de presidio.
Ahí, dentro de un plantel femenino llamado Colegio Guadalupe, administrado por monjas benedictinas estaba el jardín de niños mixto, la hermana Alonza solía distribuir a cada pupilo una caja de crayones para dibujar; yo la encontraba similar a la cajetilla de cigarrillos, entonces cuando ella no estaba mirándome, me gustaba poner un crayón entre mis labios pretendiendo que fumaba. Al aspirar sentía que el humo se introducía coloreándome por dentro. Imaginaba ser un hombre importante sentado en aquel diminuto pupitre desde donde exhalaba el humo imaginario, bocanadas púrpuras, anaranjadas o amarillas, según el matiz que había escogido para divagar.
Los años posteriores transcurrieron de fea manera, las escuelas primaria, secundaria y preparatoria las cursé en el Colegio del Tepeyac en la colonia Lindavista de la Ciudad de México, propiedad de frailes estadounidenses católicos de la orden de San Benito. Las maestras eran monjas mexicanas que olían a ropa avinagrada.
Aquellos religiosos carecían de calidad humana. No eran ni completamente masculinos, ni definidamente femeninos, todos arrastraban su frustrada existencia. Eran crueles. A los indisciplinados se les obligaba a permanecer arrodillados con los brazos abiertos en forma de cruz bajo el sol sujetando libros con las palmas abiertas. Monjas y sacerdotes desahogaban su neurosis azotando con una faja de caucho a quienes no cumplían satisfactoriamente con los deberes escolares. Los golpes ardían con lumbre sádica. El temor me obligó a ser magnífico estudiante. Obtuve la excelencia durante los seis años que duró la febril primaria, no por amor al estudio, sino por miedo a las reprimendas paternales y la violencia corporal - verbal de los frailes, monjas y maestros.
1 © Archivo Manuel Peñafiel
A los nueve años de edad, la víspera a mi primera comunión acudí al confesionario, el pervertido sacerdote interrumpió mis ingenuas culpas y comenzó a acariciar mis muslos, la perversa tarántula de sus dedos desabrochó la bragueta de mi pantalón, instintivamente me puse de pie y tras breve forcejeo logré escapar ileso. Confirmé entonces, que nada sacro podía proceder de aquellos sacerdotes que hacen sonar las campanas de sus templos en codiciosas madrugadas. Cantar en los altares y violar niños en la sacristía es repugnante hipocresía. La decepción fue dolorosa, la existencia de dios ya no me reconfortó jamás, sin embargo, la herida destiló el caro trofeo de la libertad. Ninguna organización religiosa me diría jamás la manera de cómo vivir.
Amedrentado en la escuela y descalificado por la tiranía paterna, mi espontaneidad se atrofió,exaltación emotiva cancelada, la mutación retrajo mi boca introvertida, la sabia Naturaleza me compensó agrandando a mis ojos, los sensores proliferaron inclusive en mi espalda, me transmuté en erizo visual provisto de ávida dermis, la psique permaneció en evolución, el mirar proveyó de nutrientes a mi metabolismo existencial.
En 1958, cuando yo tenía diez años de edad, mi madre me dijo que la acompañara al Centro de la Ciudad de México, pues tenía que hacer algunas compras. Caminando al lado de mi madre Renée descubrí en un escaparate una pequeña cámara fotográfica de plástico Kodak Brownie de negativo 120mm, entusiasmado le dije que en mi carta se la pediría a Santa Claus; el 25 de diciembre jubiloso hallé dicha cámara al pie del árbol navideño, por lo tanto, desde los diez años de edad mi idioma se transportó a las fotografías capturadas con aquel aunque rudimentario prodigioso mecanismo fotográfico, desde entonces, he pensado, charlado, protestado, propuesto, compartido, deseado, imaginado, construido, recordado, permanecido y navegado con imágenes capturadas, con el transcurso del tiempo con equipo fotográfico profesional.
Náufrago en la borrasca familiar, traicionado por la religión y asqueado de la corrupta dictadura gubernamental, mi juventud trastabilló sin brújula en los años sesenta.
En la escuela preparatoria, José Ignacio Arreola estaba conformando un grupo de Rock cuando me abordó, necesitaba a un cantante; sorprendido le comenté que ni siquiera sabía si yo tenía aptitudes para el escenario, sin titubeos respondió:
Lo que me interesa es tu aspecto de actitud rebelde e inconforme. Ignacio ignoraba que yo había pertenecido al coro infantil escolar; y que además me fascinaba cantar al mismo tiempo que escuchaba mis discos de larga duración grabados en acetato. Mi mamá Renée, nos prestó el dinero necesario para comprar amplificadores, guitarras y micrófonos; con lo que ganábamos tocando en fiestas juveniles cubrimos la deuda económica que habíamos adquirido con ella.
Al aproximarse el fin de cursos, el profesor laico de literatura Agustín Gutiérrez Flores, sorpresivamente nos avisó que para aprobar el examen final era requisito escribir algo de nuestra propia inventiva. Esto sonó inaudito, las protestas se escucharon a viva voz, dentro de nuestro angosto criterio no cabía la posibilidad de crear algo por nosotros mismos, claro síntoma del déficit en el sistema educativo nacional, la mayoría preferíamos el rancio examen con preguntas y respuestas. El maestro Agustín Gutiérrez Flores no cedió ante los reclamos mezclados con la pereza. Varios condiscípulos recurrieron al plagio de artículos, cuentos o ensayos, los menos sí se esforzaron en redactar algo de su ingenio. Fue entonces, que se me ocurrió mecanografiar las letras de las canciones que componía yo para el grupo musical acomodándolas en estrofas para darles apariencia de poemas, para el título hallé en el diccionario la palabra que tal vez impresionaría al maestro, y con aquel manojo de hojas me dirigí a una encuadernadora, donde el comprensivo artesano me confeccionó un minúsculo breviario encuadernado en piel con llamativas letras doradas, donde se leía: Cavilaciones.


Transcurridas algunas semanas, el jefe de grupo comenzó a repartir los trabajos calificados. Me inquieté al ver mi librito sobre el escritorio del maestro, cuando me llamó pensé que sería para reprenderme, sucedió lo contrario, con el tono adusto que siempre lo caracterizó, al devolverme mi tarea, escuetamente dijo:
“ No está mal Peñafiel, sigue escribiendo ”. Aquellas palabras emitidas por el bienaventurado profesor Agustín Gutiérrez Flores, otorgaron sólido incentivo a mi deteriorada autoestima, las he atesorado a pesar del transcurso corrosivo de las décadas. Desde entonces, el papel en blanco fue el receptor donde vertí el caudal de tinta que desbordaron mis agitaciones, alborozos o pesares.
Mis intenciones fueron ingresar a la Universidad Nacional Autónoma de México, pero los años finales de la década de los sesenta fueron trágicos en México, los inconformes fueron asesinados por el Presidente Gustavo Díaz Ordaz y su Secretario de Gobernación Luis Echeverría Álvarez, las huelgas estudiantiles paralizaban a la máxima casa de estudios, así que ingresé a la Universidad Iberoamericana Campus Churubusco; desde tiempo atrás antes de concluir mis estudios ya me proponía entregarme a la fotografía profesional, pero el miedo me aguijoneaba impidiéndome comunicárselo a mi padre Ricardo; después de obtener el título universitario de Licenciado en Administración de Empresas, por fin se lo dije; él se encolerizó, temí que me echara de la casa. ¿ Y por qué quieres ser fotógrafo ? Me preguntó echando llamas por sus ojos. Porque, en esta vida quiero hacer lo que a mí me gusta, respondí tímidamente. ¿ Y tú crees que yo hago lo que a mí me gusta ? replicó. Por supuesto que no, murmuré; por esa razón nos has hecho infelices en esta casa. ¡ Mi padre Ricardo se anudó la corbata, y después de ponerse el saco, salió bufando igual a un toro de lidia ! Durante semanas enteras, no me dirigió la palabra. Finalmente, comprendió que su hostilidad resultaba estéril; aunque nunca se enorgulleció de mi labor; con sus magnates conocidos me presentaba como su hijo el licenciado en administración; después de algunos instantes, agregaba con voz queda…pero se dedica a la fotografía.
Siempre celebraré haber tenido el valor necesario para desafiar a la autoridad paterna. A partir de entonces, hallé la manera definitiva para expresarme, las imágenes fotográficas serían el lenguaje substituto para los tímidos balbuceos arrastrados durante mi frágil devenir.
En mi juventud, la pluma fue el vehículo para transportarme sobre el papel escrito a intrincado universo donde habité mi galaxia personal, la tinta fue el combustible para incendiar inconformidades, clamar justicia, describir imaginarias palpitaciones en recónditos parajes y construir los puentes por donde me alejé del pesimismo para inaugurar feria de palabras.
Es ahora en el siglo 21, cuando el hospitalario teclado de mi computadora recibe la minúscula gimnasia que mis dedos índices lanzan en piruetas con personal abecedario arrojando caracteres que describen mi carnaval mental…la casa de un poeta hospeda rocío y algunos mapas interestelares, aquí la hojarasca baila, el océano se vierte con tan solo abrir la ducha, crece un manzano de cristal en medio de la sala, hay un nicho para la pandereta, y existe un escondite para el ladrón de lunas.
Maldito aquel que asesine a un poeta, su crimen mutilará a la lluvia que requieren lotos y maizales. La poesía es daga endulzada o espina calibrada. La poesía vive en abiertas ventanas adornadas con escarcha lacrimal.
De niño solía convocar a las luciérnagas, ellas sin dudarlo se introducían por mi boca, yo reía al observarlas iluminar mis entrañas, luego emergían para reintegrarse al crepúsculo; los rastros de aquella luz han permanecido regenerando a mi intelecto, desde entonces, montado sobre el lomo de la perseverante cabra he ascendido la escarpa para remendar las nubes.
©Manuel Peñafiel
Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
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2 ©Manuel Peñafiel Mi padre Ricardo Peñafiel Sánchez ( 1925 - 1980 ), Centro de la Ciudad de México, 1951.jpg ByN


3©Manuel Peñafiel Mi padre Ricardo Peñafiel Sánchez ( 1925 - 1980 )
4 ©Manuel Peñafiel mi padre Ricardo Peñafiel Sánchez ( 1925 - 1980 ), Ciudad de México, 1975


5 ©Manuel Peñafiel Renée Ruíz Sandoval ( 1926 - 1971 ) con su hijo Manuel Peñafiel, Estudio Cyrano, Ciudad de México, 1949


5B Mi mamá Renée Ruíz Sandoval ( 1926 - 1971 ) ©Manuel Peñafiel copia
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De izquierda a derecha:
7 ©Manuel Peñafiel 3 años de edad Estudio Cyrano Ciudad de México 1951
8 © Archivo Manuel Peñafiel a los 3 años Estudio Cyrano Ciudad de México 1951
9 ©Manuel Peñafiel, Brownie, 1958
10 ©Manuel Peñafiel Autorretrato 1969
11 ©Manuel Peñafiel Mis primeros discos de música en acetato
12 ©Manuel Peñafiel cantando Rock, concurso televisivo 1966
13 ©Manuel Penafiel cantando en la televisión en un concurso con su grupo de Rock, 1966
14 ©Manuel Peñafiel cantando como el Sargento Pimienta, 1980
15 ®MAN~1
16 Fiesta de cumpleaños 64 de Alberto Abreu ©Manuel Peñafiel
17 ©Manuel Peñafiel Manuel Peñafiel, Autorretrato, 1976
18 ©Manuel Peñafiel entrevistado por la revista Nómada copia
19 ©Manuel Cámara Mi modelo Nora con mi segunda cámara
20 ©Manuel Peñafiel La fotografía es mi lenguaje para expresar las penuris de mis paisanos
21 ©Manuel Peñafiel Jamás dejes de soñar, 2008
22 ©Manuel Peñafiel
23 ©Manuel Peñafiel Autorretrato con cráneos, 2009
24 ©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista en su jardín, Cuernavaca, Morelos 2024
25 ©Manuel Peñafiel Si no escribo no respiro Autorretrato, Enero 2019
26 Remembranzas
27 Cavilaciones libro publicado en 1966 por ©Manuel Peñafiel
28 Cavilaciones, libro de poemas de ©Manuel Peñafiel, 1967
29 Kinver o la rueda con el alma 19, libro de poemas de ©Manuel Peñafiel, 1968
30 Carne, poema de ©Manuel Peñafiel, 1978
31 ©Manuel Peñafiel Libro México
32 Miss Universe Libro México 1978 Alta
33 Conjuros y Deseos, Novela erótica de ©Manuel Peñafiel, 2001
34 Niños de México y Los Médicos del IMSS, libros de ©Manuel Peñafiel, 1980
35 Zapatistas
34 Emiliano Zapata un valiente que escribió historia con su propia sangre
35 ©Manuel Peñafiel filmando Pancho Villa, la Revolución no ha terminado 200
45 ©Manuel Peñafiel filmando la tumba de Pancho Villa
36 ©Manuel Peñafiel La Revolución no ha terminado
37 ©Manuel Peñafiel Dona Libro México a la Biblioteca Nacional de Francia
38 ©Manuel Peñafiel dona su acervo documental a Francia, 2014
39 ©Manuel Peñafiel Trayectoria copia
40 ©Manuel Peñafiel a los 7 años de edad, Ciudad de México, 1955
41 ©Manuel Peñafiel La fotografía Manuel Peñafiel en Acapulco, México, 2015
42 ©Manuel Peñafiel. Portada de su libro El Estado de México 1975, celebración del 15 de Septiembre, Toluca
43 ©Manuel Peñafiel La mente es nuestro reino interior, cita de ©Manuel Peñafiel
44 ©Manuel Peñafiel filmando
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MANUEL PEÑAFIEL
© Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.