MIS ABUELOS Y PADRES, PILARES DE MI CULTURA

© Manuel Peñafiel, Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.

12/13/202511 min read

Recuerdos agridulces, ásperos, amargos y hermosamente inolvidables. Lágrimas vertidas sobre el teclado de mi computadora al relatar esto; emociones encontradas, choque de cuarteados sentimientos, imposibilidad de volver al pasado para corregir errores, vociferar ofensas e inconformidades o resucitar a personas amadas. Estos renglones los escribo con la hiriente tristeza de la ausencia, fueron mis abuelos paternos y maternos junto con mis padres los pilares sobre los cuales he anhelado una mejor Patria.

1 ©Manuel Peñafiel - Mi abuelo Ricardo Peñafiel Asiain ( 1888 - 1972 ), tercero de izquierda a derecha

2 ©Manuel Peñafiel Mis abuelos Ricardo Peñafiel Asiain y Mercedes Sánchez Bauchester

Mi abuela paterna Mercedes Sánchez Bauchester ( 1893 – 1956 ) me prodigó incontables mimos, aún recuerdo su obesa corpulencia desparramada de cariño; ella destruyó el mito de las suegras brujas con mi madre Renée Ruíz Sandoval Pesquera ( 1926 - 1971 ), ambas siempre mantuvieron una afectuosa relación. Mi padre Ricardo Peñafiel Sánchez ( 1925 - 1980 ), al comienzo de su ascendente carrera profesional albergó la ilusión de proveer a su madre de automóvil con chofer para que aquella dulce gorda no sufriera incomodidades transportándose en camiones citadinos, pero mi abuela Mercedes nunca pudo disfrutar de una situación económicamente holgada, tristemente falleció cuando yo tenía ocho años de edad. Mi abuelo paterno Ricardo Peñafiel Asiain ( 1888 – 1972 ) fue hijo de campesino la orfandad lo hirió en su infancia, así que una tía les dio albergue a él, a sus hermanitas y hermano menor; en mi país persiste la costumbre de repartir a los huérfanos con los parientes. Ricardo no quería que a sus hermanitos los desprendiesen como uvas de vulnerable racimo, así que decididamente le dijo a su tía que él trabajaría en una miscelánea para ayudar en su manutención, años después se dedicó a la compra – venta de inmuebles. Mi abuelo únicamente pudo estudiar la Escuela Primaria y un año de Comercio, pero eso no le impidió tener abundante cultura, fue insaciable autodidacta. En 1966 cuando yo tenía dieciocho años de edad, mi abuelo paterno se enteró de que yo había comenzado a escribir poesía y para estimular mi interés por la literatura de su propia biblioteca me obsequió las obras completas del novelista italiano Emilio Salgari, y del poeta Rabindranath Tagore nacido en India, su solidaria actitud vitaminó la anémica autoestima de mi juventud sin brújula.

3 JOSEF~1 ©Manuel Peñafiel

Mi abuela paterna Mercedes Sánchez Bauchester ( 1893 – 1956 ) me prodigó incontables mimos, aún recuerdo su obesa corpulencia desparramada de cariño; ella destruyó el mito de las suegras brujas con mi madre Renée Ruíz Sandoval Pesquera ( 1926 - 1971 ), ambas siempre mantuvieron una afectuosa relación. Mi padre Ricardo Peñafiel Sánchez ( 1925 - 1980 ), al comienzo de su ascendente carrera profesional albergó la ilusión de proveer a su madre de automóvil con chofer para que aquella dulce gorda no sufriera incomodidades transportándose en camiones citadinos, pero mi abuela Mercedes nunca pudo disfrutar de una situación económicamente holgada, tristemente falleció cuando yo tenía ocho años de edad. Mi abuelo paterno Ricardo Peñafiel Asiain ( 1888 – 1972 ) fue hijo de campesino la orfandad lo hirió en su infancia, así que una tía les dio albergue a él, a sus hermanitas y hermano menor; en mi país persiste la costumbre de repartir a los huérfanos con los parientes. Ricardo no quería que a sus hermanitos los desprendiesen como uvas de vulnerable racimo, así que decididamente le dijo a su tía que él trabajaría en una miscelánea para ayudar en su manutención, años después se dedicó a la compra – venta de inmuebles. Mi abuelo únicamente pudo estudiar la Escuela Primaria y un año de Comercio, pero eso no le impidió tener abundante cultura, fue insaciable autodidacta. En 1966 cuando yo tenía dieciocho años de edad, mi abuelo paterno se enteró de que yo había comenzado a escribir poesía y para estimular mi interés por la literatura de su propia biblioteca me obsequió las obras completas del novelista italiano Emilio Salgari, y del poeta Rabindranath Tagore nacido en India, su solidaria actitud vitaminó la anémica autoestima de mi juventud sin brújula. 

Mi abuela materna Josefina Pesquera ( 1907 - 1996 ), nació siete años después del mil novecientos. Su infancia transcurrió durante los años en que mi país aún se encontraba inmerso en la Revolución Mexicana iniciada en 1910. El padre de mi abuela fue un hombre de situación acomodada, sin embargo, se enroló en las tropas de los que luchaban por una mejor condición para el pueblo oprimido por el dictador Porfirio Díaz. Fue en la Hacienda de los Morales, donde una húmeda madrugada, mi bisabuelo Daniel Pesquera se incorporó a los revolucionarios, él era de los pocos hombres que calzaban fino botín de charro, la mayoría usaban huaraches y estaban vestidos con calzón de manta. Al pecho portaban las cartucheras llamadas cananas, listas para disparar y fracturar el eslabón del sometimiento; a esta porción de sublevados los dirigía el General Felipe Ángeles. Mi bisabuelo murió en batalla y mi bisabuela quedó desprotegidamente sola y lavando ropa ajena para mantener a sus hijos en el pueblo de Tacuba. Mi abuela materna Josefina Pesquera ( 1907 – 1996 ), solía narrarme que junto con sus hermanitos salía a los devastados campos de cultivo que en aquella época existían en Tacubaya, ahí escarbaban con las manos buscando los ejotes o legumbres que habían quedado pisoteados bajo los cascos de la caballería, a las polvosas vainas les sacudían la tierra, y así crudas se las llevaban a la boca tratando de mitigar su hambre. En su juventud fue empleada de mostrador en la mercería El Nuevo Japón, posteriormente fue cajera en una boutique de finas prendas; era tan bonita que cuando alguna cliente se interesaba en algún vestido la dueña le decía que se lo pusiera para modelarlo; en dicha época mi abuelo Humberto la conoció y quedó prendado de ella. Muchos de mis textos sobre Emiliano Zapata no provienen de libros históricos; fue mi abuela Josefina quien me los narró, asegurándome que Emiliano Zapata fue el único revolucionario que se mantuvo fiel a sus principios, todos los demás en cierto modo buscaban su provecho personal, en cambio el permaneció incorruptible hasta su asesinato ordenado por el Presidente Venustiano Carranza en 1919 cuando el valiente morelense tenía treinta y nueve años de edad.

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Mi abuelo materno Humberto Ruíz Sandoval ( 1894 - 1973 ) vio truncada su aspiración de convertirse en arquitecto debido a la turbulencia de la Revolución Mexicana de 1910, siempre optimista y entusiasta abordó diversos medios para sobrevivir; durante una época fue dinámico reportero para diarios capitalinos y de provincia. Mi abuelo Humberto fue la figura masculina que reemplazó a mi padre ausente devorado por sus obligaciones profesionales, la palabra gratitud es demasiado corta para expresar mi agradecimiento hacia aquel impecable y bondadoso caballero de nívea cabellera y ojos azul celeste. A causa de su arduo trabajo mi padre permaneció ausente en mi vida; me pregunto qué hubiera sido de mí, sin aquella sólida figura masculina que representó mi abuelo Humberto durante el curso de mi cohibida niñez y juventud sin brújula. Libros leyó por decenas, poemas los escribía él mismo, su galantería me prodigó fortaleza enriqueciendo mi alforja con recuerdos. Mi abuelo Humberto para enriquecer sus reportajes periodísticos acudía al Diccionario de Sinónimos y Antónimos recopilado por Federico Carlos Sainz de Robles; al notar mi temprana afición por escribir poesía me lo obsequió, no hace mucho tiempo lo dejé de consultar para detener su lastimoso deterioro, ahora lo conservo igual que una ilustrativa reliquia. En 1960, cuando yo tenía doce años de edad, fue mi abuelo Humberto quien me condujo al resplandor épico de la mitología griega, leyéndome odiseas y aventuras para aligerarme el tedio cuando la hepatitis me obligó a permanecer tres meses postrado en cama. Mi abuelo Humberto murió en 1973; cuando él agonizaba, mi abuela Josefina les avisó a familiares y amigos, la casa rebozaba de gente, yo tenía veinticinco años de edad, me sentía sumamente ofendido por la manera en que la mayoría de los ahí presentes charlaban como si se tratase de amena reunión, mientras a mi abuelo se le extinguía la vida en su propia alcoba. Mi abuela Josefina me dijo que pasara a despedirme de él, atravesé la espesa penumbra, mis pupilas se agrandaron y lo vi ahí, debajo de las arrugadas impertinentes sábanas que lo devoraban. Esforzándose por desprenderse un instante de la fatalidad inevitable, me saludó débilmente, aquella ya no era su voz, sino el marchito eco de un hombre cabal que la vejez desmoronaba, decrepitud trágico sismo que convierte al ser humano en arrancada alga a merced del oleaje en inmisericorde océano. A mi abuelo Humberto le tomé su mano, me asustó palparla huesuda y fría, era ya inútil remo para navegar a través de la existencia, no supe que decirle, me sentí ultrajado por la soledad, miré hacia las ventanas cubiertas con el cortinaje confeccionándole sus enaguas a la impía muerte, a la cual maldecí por estar ahí al acecho, haciéndose presente sin siquiera ser invitada nunca. Quisiera haber abierto los mudos ventanales para que la luz descuartizara aquel espectro, emerger del cuarto y gritarle a todos: ¡ Cállense la boca ! ¡ Mi coloso de fina porcelana se cuartea en avalancha de dolor ! Aquí, el llanto interrumpe esta humedecida prosa. Salí de aquella asfixiante habitación, y no hallé sitio donde reposar; mi madre Renée había muerto un par de años antes, mi abuela Josefina se encontraba atareada sirviendo café, vaciando de vez en vez los ceniceros atestados de ceniza y colillas de cigarrillos, la parentela y conocidos platicaban haciendo de todo aquello un carnaval de espinas, escapé al jardín; aquel prado ya era solamente triste enramada de plegarias huérfanas, no existe alguien a quien rogarle en nuestra orfandad cósmica.

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El sepelio de mi abuelo Humberto fue enlutada procesión concluida en grosera fosa, me aturde el peso de las agrias remembranzas, no recuerdo más de aquel ceremonial, ignoro el destino que las tristezas tengan, algunos dirán que yacen en el subconsciente, pero da lo mismo, pasajes enteros de mi vida fueron rasguñados y borrados del álbum de la memoria, lo que sí ha perdurado es la reminiscencia de un atlante portando traje de tres piezas con saco de amplias solapas, corbata de moño al cuello anudada por él mismo, chaleco blindado contra la deshonestidad, tirantes de piel para sujetar aquellos pantalones correctamente planchados y bien puestos tal como los usa un hombre cabal. Abuelo Humberto, te vuelvo a llorar, y no hay pañuelo suficientemente generoso para consolar mi congoja. Te echo de menos, te fuiste cuando yo apenas emergía, incapaz fui de retribuir a tu grandeza, no pude halagarte con una comida en restaurante magnífico para verte doblar la servilleta como solías hacerlo cual refinado caballero andante, no hubo tiempo para dedicarte algún libro por mí engendrado, para leerte mis colaboraciones culturales impresas en algún periódico o revista, tampoco para proyectarte mis documentales, ni llevarte a inauguraciones de mis exposiciones fotográficas, no te invité a la ópera que tanto te gustaba, tampoco te obsequié loción para después de afeitarte o camisas de pura seda para verte igual que alto sabino engalanado. Inmisericorde es la vida, en tu tiempo yo desposeía un mapa para auxiliarme en la subsistencia, enredado estaba en laberinto de aserrín, incapaz de hallar las huellas hacia la salida, me hubiese gustado llevarte en mi automóvil y abrirte la puerta como a un invitado principal; la tacaña existencia del ser humano en este planeta no me lo permitió, la vida es fugaz espejismo en ocasiones desprovisto de lógica y congruencia. Y me detengo, con ahogados sollozos que me impiden revisar la puntuación de este insuficiente homenaje a un faraón sin mausoleo.

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Mi padre Ricardo Peñafiel Sánchez ( 1925 - 1980 ) creció desprovisto de comodidades, en las pocas ocasiones en que charló conmigo me relató que de niño tenía que colocar cartones dentro de sus zapatos para que la encharcada lluvia no mojara sus calcetines, además detestaba pasar al pizarrón pues al darle la espalda a sus condiscípulos verían su remendado y parchado pantalón. Yo no crecí en la abundancia, mi padre fue prosperando paulatinamente logrando un diamante empresarial, mi madre me cultivó para valorarlo y después pulirlo; mi progenitor se vio forzado a extraer la preciada gema de las abruptas profundidades de la mina profesional, lo hizo con temple de quebradizo granito, la presión laboral le provocó derrumbes que demolieron su personalidad en cortante grava neurótica hiriéndome profundamente. Para sobrevivir me fue imperativo aprender a sortear la densa obscuridad que emanaba de su flagelante personalidad, sin embargo, me contagió su gusto por la música clásica que resonaba por toda la casa los fines de semana emergiendo del tocadiscos instalado en su impecable biblioteca. Tal vez algún día le escriba un poema a mi padre, pero aún no hallo el inmune cincel para esculpir su áspero trato hacia mí…¿ por qué no te acercaste ? Tenías agua y yo sed.

7 Mi mamá Renée Ruíz Sandoval ( 1926 - 1971 ) ©Manuel Peñafiel

Mi madre Renée ( 1926 - 1971 ) compensaba el áspero trato paternal con paseos al parque de Chapultepec o banquetes culturales recorriendo los museos de mi natal Ciudad de México; con Renée conocí el muralismo mexicano, además de obras de pintores extranjeros abarcando el impresionismo, el expresionismo, el cubismo, el lirismo, el surrealismo, y de pronto en mi desbocada imaginación surgió según yo el “ peñafielismo ”, comencé a soñar despierto emergiendo dentro de mí una vorágine la cual nunca me intimidó lo suficiente para reprimirla. Mi mamá me dio el amor inteligentemente dosificado con hechos palpables, hasta la fecha yo la nombro Renée la razón es que fue mi amiga. Vivió siempre existencia prestada, su sendero tuvo un pasaporte que nunca fue de ella. Y volaba. Y reía y era una esclava. Y moría y nadie lo notaba. Y amaba, y eso le quemó su propia vida. Ella comía nueces acompañadas de burbujeante vino fermentado con uvas blancas francesas. No le gustaban los abrigos de piel…princesa descalza. El caudal de palabras aquí vertidas son mi personal homenaje a mis particulares héroes, mis ancestros representan a millones de mexicanos limpios y honestos que laboran cada día en busca de una vida decorosa, batallando siempre en contra de esa inmunda marejada de ultrajante corrupción ejercida por la mayoría de los presidentes, gobernadores, jueces, diversos funcionarios públicos y burócratas.

©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.

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De izquierda a derecha:

8 ©Manuel Peñafiel Mi Gente Exposición Fotográfica de Manuel Peñafiel en Bellas Artes, 1976

9 ©Manuel Peñafiel La fotografía es mi lenguaje para expresar las penuris de mis paisanos

10 ©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista en su jardín, Cuernavaca, Morelos 2024 ©Manuel Peñafiel

11 ©Manuel Peñafiel La fotografía es página arrebatada al tiempo,2015